¿Qué te gustaría cambiar o mejorar en tu vida?
Elige una faceta de tu vida, por ejemplo el trabajo, incluso una faceta de tu trabajo, por ejemplo la relación con un cliente, con tu jefe/a… aumentar las ventas, reducir las incidencias, etc.
¿Se te ocurre qué podrías hacer para mejorar en ese ámbito?
Muy a menudo la respuesta es «sí». Sabemos perfectamente qué podríamos hacer para mejorar nuestra salud, nuestra economía, en nuestro trabajo y en cada una de las facetas de nuestra vida.
Normalmente no nos faltan ideas o conocimientos, y si no los tenemos, hoy es muy fácil acceder a ellos.
Entonces, si sabes lo que tienes que hacer… ¿por qué no lo haces? Dijo Confuncio que:
«Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes».
La causa de este paradójico comportamiento son las emociones, de hecho, nuestras acciones, todo lo que hacemos o dejamos de hacer, son el efecto, la consecuencia, de nuestras emociones.
Emoción viene del latín emotio, -onis, y significa impulso que induce a la acción.
Toda acción nace de una emoción.
Puede que nos cueste asimilar esto, pues, en la inmensa mayoría de los casos, fue escasa o nula la presencia de las emociones en nuestra educación (afortunadamente esto está cambiando).
Podríamos considerarnos algo así como analfabetos emocionales.
Esto es el resultado de una cultura en la que las emociones a menudo son consideradas como un tabú y, algunas de ellas, prácticamente siempre, como un problema.
Te invito a cuestionarte tal posición y considerar la siguiente alternativa.
Las emociones son un mecanismo adaptativo, funcional.
Las emociones tienen una función.
El único problema que tienen las emociones es que en ocasiones no tienen el don de la oportunidad ni el de la mesura, es decir, o bien por el momento en el que aparece, o bien por la intensidad con que lo hace, una emoción puede resultar disfuncional, contraproducente y finalmente considerada como «negativa», un problema.
Las emociones no son «positivas» o «negativas», no son un problema.
Pongamos por ejemplo una de las más señaladas en este sentido, «el miedo».
El miedo, como todas las demás emociones tiene su función: salvaguardar tu integridad física y emocional.
Cuando tú interpretas, juzgas, crees, que algo puede comprometer tu integridad física o emocional, aparece el miedo, con una intensidad proporcional a tu interpretación del riesgo.
El miedo te frena, te lleva a «parar» (te paraliza) o incluso a «retroceder».
A veces, esto nos impedirá hacer algo que consideramos útil o necesario, que sabemos que serviría para mejorar: cierto.
Pero… ¿el problema es el miedo?
No lo creo, no creo que el miedo sea un problema. Ahí van un par de preguntas para comprenderlo:
¿Querrías «desinstalar» el miedo de alguien a quien amas?
¿Querríamos que un bebe naciese sin la función del miedo?
La respuesta es no, porque sabemos que el miedo es importante.
Su función es importante, ayuda a una persona a cuidar de sí, puede servir para ser más prudente, estar más alerta, prepararse mejor, etc.
El problema, en todo caso, es la interpretación que haces de la realidad, por la cual, el miedo aparece cuando no toca o en una intensidad que no toca, es decir, es inoportuno o desproporcionado.
Las emociones no son un problema, son un poder.
Son un poder si aprendes a reconocerlas y utilizarlas en tu favor.
Todas tienen una función, todas dificultan unas acciones y facilitan otras.
Desde la ternura o la compasión te será muy difícil decir que no, pero te facilitarán perdonar.
La ira o la rabia pueden dificultar un diálogo constructivo pero facilitarán la defensa de los propios intereses o la reivindicación.
Para convertir las emociones en un poder empieza por reconocer que en todo momento estás en una emocionalidad determinada y trabaja con ella para que sea la adecuada para producir el comportamiento que te conviene.
Como dijo, primero Roosevelt, y después el «Tio Ben» a Spiderman:
«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad».
Dejemos ya de considerar nuestra emocionalidad como algo ininteligible con lo que hay que convivir.
Deja de sentirte víctima de tus emociones, hazte responsable de tus emociones y estados de ánimo, sólo así dirigirás tus actos.
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]