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Objetivos de medida adecuada

¿Es mi objetivo demasiado grande?

¿Cómo puedo saberlo? ¿Dónde busco la respuesta a esta pregunta?

La respuesta a esta pregunta es subjetiva, por tanto debes buscarla en tu interior.

¿Qué sensación te produce tu objetivo?

Quizá un nudo en la garganta, una especie de vacío en el estómago…

Éstas podrían ser señales de que se trata de un objetivo demasiado grande.

Veamos un ejemplo: Si yo me digo que quiero aprender alemán o aprender a tocar el piano, inmediatamente surge un suspiro, me canso solo de pensarlo, lo veo muy grande, no sé por dónde empezar.

Este fenómeno es la explicación de tu lista de “asignaturas pendientes”. Me refiero a esas ilusiones, deseos, buenas intenciones, esos objetivos del tipo aprender un idioma, aprender a dibujar, a tocar un instrumento, a utilizar un software, a practicar un nuevo deporte o reinventarte profesionalmente, aprender una nueva profesión, emprender un negocio.

Cuando un objetivo es demasiado grande es muy probable que nunca lo inicie o que apenas lo intente y lo posponga una y otra vez.

Como he dicho, se trata de una sensación absolutamente subjetiva, hay personas que piensan “quiero aprender alemán” y, sin más, se ponen a ello. Per si no es así, si el objetivo me parece demasiado grande ¿qué puedo hacer?

Muy sencillo, descomponerlo en partes más asequibles. Puedo hacerme preguntas como:

¿Por dónde puedo empezar?

¿Cuál sería el sería el siguiente paso?

¿Cómo puedo descomponer, dividir, segmentar el objetivo?

¿Cuáles son los hitos en el camino?, etc.

Si me digo “quiero aprender alemán” y me resulta un objetivo demasiado grande, puedo reformular el objetivo y decir “quiero hacer un curso de iniciación al alemán”, un curso con principio y final, tres meses por ejemplo; un curso que no sea demasiado exigente, un par de clases de una hora por semana, por ejemplo.

Es mucho más probable que me sienta con fuerzas para iniciar un objetivo de este tipo.

Después, una vez en el camino, se trata de establecer nuevos hitos siempre de medida adecuada.

Hay objetivos que requieren largos y, a veces, arduos caminos. No obstante, hasta el camino más largo comienza por un paso, después de un paso va otro paso, y es asombroso lo lejos que nos puede llevar la sucesión de simples pasos. 

¿Es mi objetivo demasiado pequeño?

Si tu objetivo es demasiado pequeño lo sabrás porque no te motiva, te parece insignificante, no tiene sentido. 

Obviamente este no será el problema con el tipo de objetivos que surgen en respuesta a la pregunta ¿Qué quiero?

Pero, ¡cuidado! Cualquier objetivo acaba desagregándose en sub-objetivos.

Lo comprobamos, por ejemplo, al hacernos las preguntas para descomponer un objetivo demasiado grande. A veces este proceso de atomización de un objetivo nos lleva a encontrarnos con un objetivo en nuestra agenda que no nos motiva en absoluto.

Veamos un ejemplo: Imaginemos que al preguntarme “qué quiero” he respondido aumentar mis ingresos.

Supongamos que tengo un negocio. Se me ocurren varias formas de aumentar mis ingresos: puedo tratar de vender más (o mejor) a los clientes que tengo o puedo tratar de ampliar mi cartera de clientes, por ejemplo.

Tomemos para el ejemplo esta última opción, ampliar mi cartera de clientes. Ya se trata de un sub-objetivo, pero todavía suena muy bien, es elevado, está claramente relacionado con ganar más dinero, vivir mejor, ser más feliz…

Como aun es un objetivo macro, lo tendré que “bajar”, que “aterrizar” de alguna manera. Una buena forma de hacerlo es la pregunta ¿Cómo? (que de hecho estaba implícita en el paso anterior). Pues bien, ¿cómo voy a ampliar mi cartera de clientes?

Nuevamente se pueden abrir muchas vías (por cierto, este es uno de los superpoderes del coaching: genera posibilidades).

Una de las formas de ampliar mi cartera de clientes puede ser a través de la recomendación de mis actuales clientes.

Obtener la recomendación de mis actuales clientes ya sería un sub-sub-objetivo. Y el proceso continúa. ¿Dónde va a parar? Te diré dónde va a parar: imagina la fría mañana de un miércoles de febrero, abres tu agenda y el objetivo de la mañana es llamar a diez clientes (hace tiempo que no tienes contacto con algunos de ellos), explicarles el motivo de tu llamada y pedirles un favor ¡Qué palo! Desde luego, no es la respuesta que hubiese dado al preguntarme “qué quiero”.

Es un sub-sub-sub…objetivo, pero no deja de ser un objetivo, de hecho es el tipo de objetivo que hace que después las cosas que queremos ocurran. ¿Qué hago entonces con este objetivo?

Reconcetarlo con ese “algo” mayor a lo que pertenece. ¿Cómo lo hago? Con otra pregunta  ¿Para qué? Si el “cómo” nos ha servido para “bajar” el “para qué” nos va a servir para subir. Al preguntarte “para qué” conectarás con el objetivo superior, y así sucesivamente, tantas veces como sea necesario, hasta darte cuenta de que el objetivo de esa mañana no es hacer llamadas y pedir favores, es conseguir la recomendación de tus clientes, y ni siquiera eso, sino ampliar tu cartera de clientes, o mejor: aumentar tus ingresos; el objetivo de esta mañana es trabajar por tu bienestar y tu felicidad. 

Un ejemplo para ilustrar el poder de relacionar una tarea u objetivo con algo mayor a lo que pertenece:

Imagina que señalamos a una persona un espacio delimitado en el suelo de un metro cuadrado, y le decimos: “este es tu puesto de trabajo y lo que vas a hacer es apretar una tuerca en las piezas que van pasando”. Tenemos una persona que se levanta por la mañana y aprieta tuercas.

Sin embargo, si le decimos: “da un paso atrás, verás que esta pieza es una puerta que a continuación la ensamblamos en un chasis…”, y le presentamos una cadena de montaje de automoción, tenemos una persona que se levanta por la mañana y fabrica coches. No es lo mismo. El enfoque es importante.

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